El viernes, mientras comíamos unas compis de trabajo y yo (y es que los viernes pasamos del habitáculo que la empresa nos tiene "acondicionado" para comer, y nos vamos a un barecillo cercano) una de ellas, que tiene una hija de cuatro años, contaba que el otro día la niña le dijo:
- Mami, yo quiero tener unas tetas grandes como las tuyas ¿cuándo van a salirme a mí las tetas?.
Eso nos hizo acordarnos a todas de nuestra etapa pubertosa. La verdad es que la etapa esa, cuando tu cuerpo empieza a cambiar, es un auténtico coñazo.
Yo no lo pasé muy mal, como contaban otras compañeras, porque mis "cambios" llegaron después que a mis amigas, por lo que ya tenía cierto camino hecho; lo que sí recuerdo como un "problema" es el hecho de tener esas tetillas que no son suficientemente grandes como para ponerte sujetador, pero tampoco suficientemente pequeñas para que no se note que existen, entonces... no sabes qué hacer con ellas.
Pero sinceramente, pensándolo bien, los cambios de un chico siempre son peores. Me acuerdo que a mi hermano, siete años menor que yo, cuando empezó a salirle esa pelusilla tan poco favorecedora en el bigote, estaba el pobre traumatizado y lo único que decía era:
- Papá, yo me quiero afeitar ésto.
Y mi padre le respondía:
- Niño, como empieces a afeitarte tienes que hacerlo ya para siempre, y no tienes ni barba ni nada, y además... no se te nota!!! (No, que va!!!).
Yo, fui la única que le dí soluciones:
- No te preocupes A. que hay una crema en la farmacia que se llama Andina, que te pone el vello rubio, mañana te la echo.
Y así fue como mi hermano se tiró unos mesecitos luciendo su "mostacho" rubio platino, pero claro... llegó un momento que aquello deslumbraba demasiado y volvió a la cantinela de que quería afeitarse, y mi padre siguió mintiendo diciéndole que no se le notaba.
Pero ahí estaba su hermana, que con veinte años era ya una mujer de recursos.
- No te preocupes A. que te hago la cera y te los quito.
De aquella no existían ni bandas depilatorias ni cosas de esas; de aquella comprabas un trozo de cera, la calentabas en un cacillo, formando una humareda horrible en la cocina, e intentando no respirar para no ahogarte, pues el humo se agarraba a la garganta, te llevabas el cacillo al cuarto de baño....
Y en el cuarto de baño estaba mi hermano esperándome con su mostacho rubio platino.
Le echo la cera por el bigote, espero que se enfríe, empiezo a tirar con tan mala suerte que a la mitad del bigote la cera se parte, y ahí estaba mi hermano, con el trozo de bigote depilado al rojo vivo (hasta puntitos de sangre tenía) y dos lagrimones cayéndole por las mejillas (aunque seguro que le vino bien para saber lo que sufrimos las mujeres para estar monas).
Cuando ví aquello me dió sentimiento, tanto, que le decía que no podía quitarle el otro trozo de cera del bigote porque me daba pena.
Mi hermano a grito limpio imploraba que le quitase la cera del bigote, y yo a grito limpio le respondía que no, que me daba mucha pena.
Al final se lo tuvo que quitar mi madre, que apareció tras oir nuestros gritos (y eso que la "operación de depilación" iba a ser secreta).
Cuando le volvió a crecer el bigote, ya ni preguntó, cogió la maquinilla de afeitar de mi padre... y hasta hoy.
Para que luego digan que cualquier tiempo pasado fue mejor, já!!! con lo contenta que estoy yo ahora con mis sujetadores y mis tetas, y mi hermano teniéndose que afeitar todos los días!!!
Para que luego digan que cualquier tiempo pasado fue mejor, já!!! con lo contenta que estoy yo ahora con mis sujetadores y mis tetas, y mi hermano teniéndose que afeitar todos los días!!!